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María Caridad García echa de menos la cultura del esfuerzo que le inculcaron sus padres y que ella trata de transmitirles a sus hijos. Dos de ellos trabajan en Granja Campomayor, negocio fundado en 1942 y que fue posible gracias a una historia de amor.
La estadística dice que hay una probabilidad entre cien mil de que nos toque la lotería de Navidad. Sin pretender hacer un alegato en favor del huevo, la misma lógica dice que tenemos una posibilidad de contraer salmonelosis tras comer diez millones de huevos. Tendrán que reconocerme que es difícil, incluso teniendo en cuenta que en España comemos más de seis mil millones de huevos al año.
A pesar de la escasa probabilidad de sufrir una intoxicación, lo cierto es que casos como el ocurrido el pasado fin de semana en Casa Dani -restaurante madrileño que se ha visto obligado a cerrar por un brote-, nos ponen en alerta sobre la necesidad de mantener todas las medidas de seguridad alimentaria. Lavarse bien y frecuentemente las manos (¿recuerdan el Covid?) o desinfectar los recipientes donde conservamos los alimentos son algunas de las pautas que deberemos seguir.
Hay otras más complicadas de cumplir, como que el huevo debe cocinarse a un mínimo de 70º, temperatura a la que muere el virus. Si el debate de tortilla de patata con o sin cebolla aún está vivo, esta semana solo se habla de una cosa: ¿tortilla poco o muy hecha? "Tradicional, bien cocinada, con o sin cebolla -que en Galicia es sinónimo de estilo Betanzos, o lo que es lo mismo, sueltecita-", explica María Caridad García Busto (Lugo, 1962), CEO de Granja Campomayor, empresa especializada en la producción y comercialización de huevos y ovoproducto ubicada en el municipio lucense de Palas de Rei y fundada en 1942.
- Algunos la llamarían inconsciente, pero estoy con usted, la tortilla de patata, mejor jugosa. ¿Le está sacando usted el jugo a su actividad como empresaria?
- Estuve veinte años trabajando en banca y compaginaba las actividades en la granja que fundó mi abuelo -Manuel García- con dicho trabajo hasta que mi padre -Horacio García- decidió jubilarse y alguien tenía que encargarse de la dirección de una compañía que sigue en el pueblo donde ha vivido siempre mi familia.
- De hecho, su abuelo quiso salir de él, pero su abuela se lo impidió. Cuéntenos su historia, que estamos en el mes del amor.
- Con 17 años se marchó del pueblo. No sabía ni leer ni escribir, pero con mucho esfuerzo aprendió y llegó a ser perito. Su historia es admirable porque tenía mucha iniciativa, era un emprendedor nato. Decir esto ahora desde una ciudad como Madrid parece fácil, pero en los años treinta o cuarenta y en un pueblo de Galicia es muy complicado. El caso es que en uno de sus viajes de vuelta al pueblo se enamoró de mi abuela y ella no quería salir de aquí. Se casó y fundó una granja con vacas, caballos y trescientas gallinas.
- Ahora esa misma empresa cría más de 700.000 gallinas (trabaja con otros productores que aportan otras 300.000 ) y procesa más de un millón de huevos al día -factura unos 24 millones de euros al año-. Además, dos de sus hijos -tiene cuatro- trabajan en la empresa porque ven futuro en ella. ¿No tiene miedo de poner todos los huevos en la misma cesta?
- Mi padre es una persona con mucha inquietud que tuvo la iniciativa de ponerse al frente de la granja y hacerla crecer. Mi madre siempre le apoyó y para conseguirlo ambos hacían de todo en la granja. Aprendí de ellos esa cultura del esfuerzo que hoy es difícil de ver y que trato de transmitirles a mis hijos, que tienen claro que no están aquí por su apellido, sino porque aportan algo valioso al legado familiar. A mí nunca se me han caído los anillos por recoger huevos o limpiar la zona en la que viven las gallinas. De hecho, cuando llegaba del colegio tenía que hacer muchas de esas cosas y siempre me lo tomaba como una labor más de las miles que se hacen en una casa. Una habitación era el almacén y allí conservábamos los huevos, que colocábamos con cariño y que después vendíamos. Con el campo pasa como con el amor, que se vive como un flechazo, es entrega total, nunca hay horarios, y si no aceptas eso, es mejor que no trabajes en él.
- Es lo que han pensado muchos que han preferido trasladarse a la ciudad y abandonar sus granjas. ¿Se sienten injustamente tratados?
- Se valora poco el esfuerzo que hacemos todos los días las empresas rurales por poner un huevo en la mesa de los consumidores de la ciudad. Si nos dieran el valor que realmente tenemos, se podrían hacer cosas espectaculares. Simplemente con que mejoraran las carreteras para que podamos distribuir nuestro producto ya nos daríamos por satisfechos.
- Su abuelo fundó la empresa, su padre la hizo crecer. ¿Por qué quiere usted pasar a la historia?
- Cuando adquieres cierto tamaño ya no vale eso de todos hacemos de todo, porque hay riesgo de que alguien no asuma su responsabilidad. Yo me he dedicado estos últimos años a profesionalizar la empresa para garantizar su futuro. Además, estamos invirtiendo mucho en I+D+i, en colaboración con el CSIC, para dar un paso más. Por ejemplo, acabamos de lanzar el huevo pasteurizado y el huevo a baja temperatura. También tenemos la patente del huevo hidrolizado.
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